
La danza ha sido y es una de mis aficiones pasionales. Es una pasión que tenía abandonada y que, al retomarla recientemente, después de (demasiados) años, me he dado cuenta de lo mucho que la añoraba.
A lo largo de mi vida practiqué danza moderna, jazz, baile de salón, salsa, merengue y sevillanas, (porque viví ocho años en Sevilla). Aprendí algunas técnicas en clases, otras sobre la pista de baile, y ahora compruebo que todavía me queda mucho por aprender. Pero lo que también siento de nuevo es que, independientemente de que lo haga mejor o peor, llevo la danza en la sangre, y que cuando bailo me olvido de problemas y de preocupaciones y soy capaz de disfrutar plenamente el momento. Bailando me siento viva, sube mi autoestima, y la explosión de adrenalina y de endorfinas perdura más allá del rato en que estuve moviendo las caderas al son de ritmos latinos.
La vida es una y es corta, y si encontraste una actividad que te gusta y te hace sentir bien, haz lo posible por practicarla regularmente, sobre todo si atraviesas un momento difícil en tu vida. No importa que no lo hagas a la perfección: si te equivocas en un paso, siempre puedes rectificar, y seguir aprendiendo. Baila (o pinta, o esculpe, o canta) como si nadie estuviera mirando, y al menos en ese rato, serás realmente feliz.